Cabaret estrenó oficialmente en Broadway, y aunque la misma producción en Londres fue aplaudida, en Nueva York se está topando con dura crítica.
El pasado 21 de abril se estrenó finalmente, oficialmente, Cabaret en el August Wilson Theatre en Broadway. El Kit Kat Klub abrió sus puertas con Eddie Redmayne en el papel de Emcee, mismo que está repitiendo luego de estrenarlo en West End en 2022, y Gayle Rankin como la decadente Sally Bowles, primeriza en el musical.
Aunque en Londres, el musical recibió críticas positivas y el público lo ha mantenido en cartelera casi por dos años, su llegada a Broadway fue un poco más tropezada. Especialmente con la crítica especializada. Luego de la celebración de apertura el domingo pasado, los medios teatrales ya han publicado sus reviews del musical de Kander y Ebb y los resultados son francamente polarizantes.
Les dejamos una pruebita de lo que están diciendo los medios en Nueva York:
- The New York Times: «Déjenme primero decir que la producción de Rebecca Frecknall, primero vista en Londres, tiene unos grandes y entretenidos momentos, pero demasiado seguido un intento malencausado de revivir el show le termina por romper las costillas. La concepción de Sally es alarmante. Frecknall (directora) nos regala a una Sally hecha para parecer como que acaba de ser asaltada o recién salida de un manicomio, que baila como ave herida, estira cada sílaba hasta el límite y grita las canciones en vez de cantarlas. En esta producción uno se la tiene que tragar como medicina, como veneno, lanzando como proyectil sus conflictos en vez de aparentarlos. El punto de Sally de Cabaret es dramatizar el peligro del desapego, no convertirlo en un fetiche».
- Entertainment Weekly: «Antes de que acabe el mundo, antes de que Eddie Redmayne lance un hechizo con su sonrisa diabólica y un levemente torcido sombrerito de fiesta, y antes de que Gayle Rankin tire le casa con una interpretación tempestuosa de ‘Cabaret’, a los espectadores se les da la bienvenida al Kit Kat Klub a través de una serie de pasillos bañados con luz neón, y shots de cherry schnapps. De muchas maneras es la representación perfecta de lo que están por experimentar: dulce, impactante, intoxicante que te deja con un sabor que no se va luego de que ha terminado».
- Time Out: «Hay cosas disfrutables en esta producción, eso seguro, pero no necesatiamente las usuales. No esperen un relato emocionalmente cautivante del libreto de Joe Masteroff, el foco de esta producción está en otro lado. No esperen versiones llamativas de las canciones en el score de John Kander y Fred Ebb, en general están mal cantadas, a veces a propósito, y se recargan demasiado en la misma fórmila: empiezan a paso de caracol para crecer a convertirse en gritos. Ante todo, no esperen ser envueltos en el mundo de este show. Después de una construcción tan prometedora, Frecknall impone un estilo enormemente distanciante. La vida es muy corta como para este Cabaret».
- The Village Voice: «No estaba seguro de qué pensar de la interpretación de Rankin, pero me di cuenta que el profundo desagrado que se siente por ella al principio, para luego empatizar con lo que le pasa, es exactamente como uno debe reaccionar a Sally. Como Rankin la actúa, es descarada, inretractable, dañada, una diva autosaboteadora que siempre está pidiendo atención y luego no sabe qué hacer con ella. En cualquier caso, esta Cabaret no siempre confía en su material de origen, pero tiene otras veces en las que el show respira con aire vivo».
- New York Theater: «En resumen, la malencaminada producción tiene mal logrado el balance entre perturbante y entretenido. En lugar de hacer los números del cabaret seductores y sexys, la directora Rebecca Frecknall y la coreógrafa, Julia Cheng, los vuelven cursis y ásperos. Eso hace que las canciones sean mucho menos disfrutables. También hacen que las escenas posteriores de la conquista del nazismo se sientan menos impactantes en contraste, dado que ambas son desagradables, aunque de maneras radicalmente diferentes. Tal vez ése es el punto al que quiere llegar el equipo creativo, que la oscuridad del Tercer Reich fue una rama del descontrol de la era Weimar. Sea históricamente correcto o no, hace que el viaje del musical sea dramáticamente menos envolvente».
- New York Post: «La vida es sin duda un cabaret durante el icónico opening ‘Willkommen’, exuberantemente coreografiado por Julia Cheng y alucinantemente interpretado por Redmyane y un ruidoso ensamble. Por cinco minutos, no hay otro lugar en el mundo donde prefieras estar. Después de ese triunfo, todos los disfrutables números de Kander y Ebb de la primera mitad, como ‘Don’t Tell Mama’, ‘Mein Herr’ y ‘Two Ladies’ se entregan siniestros y sin mucha comedia. Son un bajón. Gayle Rankin exuda carisma, pero no tiene un personaje bien formado aún. Por ahora, es pura excentricidad y nada de profundidad. Aunque la actriz canta bien el número titular, es un acertijo tratar de descubrir qué está tratando de decir con él».
- Vulture: «Aunque Frecknall ha puesto mucha energía en darle a Cabaret nueva vida -un ambiente a la Sleep No More, Eddie Redmayne en sombrero de fiesta- abajo del makeover no le ha dado al show suficiente foco ni músculo. La ayuda de la coreógrafa Julia Cheng y el diseñador de producción Tom Scutt le da a las escenas impresionantes formas y visuales, pero los protagonistas de Frecknall exudan la sensación de que su directora los dejó solos o que la única nota que recibieron fue una versión de ‘Sólo hazlo raro y diferente’. Es un problema vanal, pero John Kander y Fred Ebb escribieron unas muy buenas canciones, y demasiadas veces, ni siquiera se podía entender lo que decían».
- New York Daily News: «Eddie Redmyane, el Emcee de este desafortunado asunto y un actor de mucho talento, por supuesto, aquí sólo parece un humano-payaso de cajita aterrador, apareciéndose abajo del piso, torciendo su cuerpo y su voz en todo tipo de contorsionismo bizarro, al que nunca se le permite decir mucho más allá de ‘buenas noches’ como un tipo que podamos entender. A uno le dan ganas de gritar desde su asiento: ¡Sólo di las líneas y comunícate con ellas, Eddie, son muy buenas así como están escritas sin más!’. Gayle Rankin es una Sally Bowles distópica, pero ahí donde en este papel, las grandes como Richardson o Liza Minnello lo hacían todo sobre una inherente tensión de esta niña estilosa de Mayfair, tal vez, Rankin sólo hace esta cosa dañada de gritar. Uno entiende lo que está tratando de hacer en los primeros segundos, pero luego nunca cambia ni va a ningún lado conforme las circunstancias la obligarían».
- Daily Beast: «Rankin escapa de la sombra de Liza Minnelli costumizando su propia creativa interpretación en la chispa de Sally y lo impredecible que es. Su ‘Maybe This Time’, y claro, ‘Cabaret’ son crudos, mitad cantados, mitad hablados y lamentos gritados de la devastada cabeza y corazón de una drama queen«.
- The Wrap: «Es el primer Cabaret que veo donde Sally Bowles maldice a su novio por su homosexualidad. Igualmente extraño, Frecknall ha casteado a Sally como el alter ego de Emcee o visceversa. Frecuentemente, Sally y Emcee se visten igual, se arrancan las pelucas para quedarse con la malla en la cabeza, y más importantre que todo, Redmayne y Radkin han sido dirigidos para ser abrasivos al extremo. Rankin consigue soltar algo de ese caparazón porque Sally es un personaje real. Nos convence de que simplemente está fuera de control, afligida por un severo síndrome bipolar. Pero como Redmayne no está actuando a un personaje, sino a un símbolo de la decadencia, no nos presenta con nada excepto un cúmulo de manierismos».
- Variety: «Cuando el sinuoso Emcee de Eddie Redmayne le asegura a la audiencia que en el Cabaret «todo es hermoso», está diciendo una verdad a medias. El August Wilston Theater disfrazado del Kit Kat Klub para un vigorizante, y con mucho estilo, revival en Broadway, en efecto se ha transformado en una casa de placer. Ese mundo torcido interno de los personajes está hermosamente reflejado en una mezcla oscura de acabados y telas por el diseñador Tom Scutt, cuyo obsceno y exagerado diseño de vestuario y escenografía es un festival de texturas y colores profundos y apagados. Sentado a los lados de un escenario circular, rodeado de mesas VIP, le da al show una sensación inmersiva, ayudada por la cautivante y estratégica iluminación de Isabella Byrd. Maquillaje cricense, chic por Guy Common, sudando los ojos de Redmayne y del ágil ensamble sugiere un siniestro aire de delirio conforme los jugadores principales comienzan a aparecer».