Ya fuimos a Moulin Rouge! el musical de Broadway y acá te decimos por qué si eres fan de la película de Baz Luhrmann no te lo puedes perder.
Los boletos no son baratos, los más caros que te colocan en el corazón de la acción, literal en mesas de cabaret en medio de proscenio, se cotizan en más de 400 dólares, y en orquesta o mezzanine con buena vista, rara vez bajan de 200 dólares. Por eso es importante preguntarte, ¿voy o no voy a Moulin Rouge! el musical de Broadway? ¿Vale la pena?
Permítenos contestártelo.
Adaptado de la película de 2001 de Baz Lurhmann, el famoso musical que le dio una carrera a Ewan McGregor en Hollywood y lo emparejó con Nicole Kidman, es básicamente un Romeo y Julieta bohemio situado en una París antigua donde un pobre escritor se enamora de una bailarina prostituta que ha sido «comprada» por un adinerado y peligroso Duque, haciendo imposible su relación.
La cinta fue musicalizada por canciones de David Bowie, Nirvana, The Police, Elton John y más, volviéndose un musical de rocola icónico que rompía con la temporalidad de su propia historia con música que trasciende todo tipo de época. El resultado es kitsch, barroco y explosivo.
El musical es un perfecto simil en su versión teatral. Modernizando el soundtrack, Moulin Rouge! Broadway se hace de un song list que incluye canciones de Lady Gaga, Katy Perry, Sia, Adele, Outkast y más, dándole un toque millennial a la puesta, que mantiene este espíritu de atemporalidad y rompimiento de la lógica histórica, al tiempo que se vuelve explosivo, popero y culturalmente relevante. Es una barra de energía en shot que culmina en fuegos artificiales.
Las canciones, sin embargo no son tal cual las conoces, todo está creado en arreglos y medleys peculiares para que pueda habitar en este mundo de fantasía que, desde el momento en el que uno pone un pie en el teatro, se revela como un universo colorido y recargado que, aunque real, pudiera existir en un cuento, en un circo o en un sueño.
El teatro Al Hirschfeld te recibe con un corazón rojo enorme e iluminado al centro del escenario que desde el segundo uno es hipnotizante. A un lado, un gigantesco elefante baja su trompa hacia el lateral de la orquesta, y del otro, un molino se ilumina como una especie de balcón. Abajo del elefante una barra de bar, y sobre todo el escenario figuras que convergen entre lo burlesque y lo Cirque du Soleil se pasean, bailan y coquetean para el público que apenas está llenando sus asientos.
Un mundo inmersivo que, tenemos que decirlo, no todas las obras en Broadway se preocupan por tener desde el inicio.
Ese mismo escenario se transforma y se convierte, siempre de maneras absurdamente coloridas, barrocas y llamativas, en calles de París, camerinos sobre el cielo, un estudio bohemio o una noche estrellada con la Torre Eiffel de testigo, escaparates que reflejan a la perfección el ambiente de la película original, pero a los cuales les han subido el volumen al borde de la estridencia, de los que Baz Luhrmann seguramente estaría sumamente orgulloso.
La historia es la misma, pero tiene pequeños arreglos que funcionan de manera tierna. Ahí donde la Satine original no quería dejar al Duque por miedo a caer en la pobreza y en el olvido, la Satine de Karen Olivo para Broadway, lo hace para asegurarse que las composiciones de su amado Christian lleguen a oídos del público.
Los personajes secundarios de la cinta, reciben un poco más de iluminación en teatro. Santiago y Nini se transforman en pareja, Harold Zidler vive abiertamente su homosexualidad, y Toulouse-Lautrec recibe la oportunidad de defender a capa y espada su visión creativa de un musical bohemio, centrado en homenajear el amor, la libertad y la verdad. Incluso el Duque, a quien en cine conocimos como un infantil y caprichoso hombre, cegado por celos, en teatro se para como un aristócrata peligroso, más sádico, seguro y maquiavélico que un bobo enamorado.
Los números son un franco vómito de espectacularidad. Un tsunami de vestuarios, luces, colores, bailes, armonías, mash-ups, ligueros, brillantina, lentejuela, peinados y figuras que se proyectan desde el escenario como cohetes en Día de la Independencia, y no dejan a la pupila respirar. Para bien y para mal. Una cortina multicolor que esconde diálogos vanos y de pronto, sí, canciones metidas con calzador (¿Firework?) pero que funciona para entretener, impactar y dejar hambriento al público.
Los números de Backstage Romance (con música de Lady Gaga), el famoso tango Roxanne, el medley del Elefante e incluso la misma Chandelier (de Sia) son perfectos en su hipérbole. Bellamente cantados, impresionantemente bailados y llamativos desde donde quieras posar tus ojos en el escenario. Mientras que las emotivas Your Song y Come What May mantienen ese lujo de sencillez y en la voz de Aaron Tveit se vuelven nostálgicos y suspirables.
Moulin Rouge! Broadway no va a ser para todo mundo. Habrá quien lo encuentre excesivo, superfluo o demasiado cambiado en su soundtrack de la película que tienen en la cabeza. Pero para el que gusta del show, del espectáculo sin filtros, a manos llenas. Para el que ama los musicales por su capacidad de viajar al espectador a mundos diferentes. Para el que paga un boleto en Nueva York y lo que quiere ver es reflejado ese costo de taquilla en espectacularidad, y para el que encuentra en la estética de Baz Luhrmann un mundo brillante que no te permite parpadear, y tampoco es que lo quieras hacer, para ese espectador, Moulin Rouge! es perfecta. Y sí, sí vale mucho la pena.